lunes, 2 de julio de 2007

Rituales de los ultras (Universidad Complutense de Madrid)

Amenudo son noticia las actuaciones vandálicas de grupos de hinchas jóvenes y radicales, que se autodenominan «ultras» en España desde 1985 y que exhiben una actitud guerrera y provocativa en el campo de fútbol y en las calles. Las habituales explicaciones sociológicas de este fenómeno no dan cuenta de aspectos muy relevantes del mismo ni se pueden aplicar a todos los grupos ultras. Además, si fueran ciertas, habría muchas más agresiones y existirían fenómenos similares en otros ámbitos sociales. La actuación de estos grupos ultras puede interpretarse en referencia a su propio contexto normativo. De acuerdo con dicho análisis, los grupos ultras constituyen una subcultura juvenil y sus actuaciones son rituales seculares, en los que la violencia exhibida cumple una función en gran medida simbólica.
1. El fútbol, marco de actuación de los ultras
El fútbol en nuestra sociedad es mucho más que un deporte. Se dice que el Barça es más que un club, o «tienes más moral que el Alcoyano», y muchas veces el fútbol sirve para expresar el orgullo de poblaciones pequeñas cuyo nombre se conoce gracias al equipo, catalizar la rivalidad ancestral entre localidades vecinas, compensar la frustración de ciudades grandes que no son capitales de provincia y explicitar identidades culturales o políticas reprimidas. «Ahora, toda nación y toda ciudad y todo pueblo han comprendido que la máxima publicidad para su nombre no provendrá de sus mercancías o sus logros artísticos sino de la capacidad de su club. A estas alturas, el fútbol no sólo es el deporte rey, sino el deporte mágico por antonomasia». (Verdú, 1998a). Los equipos de una ciudad o de un país actúan como figuras totémicas de las comunidades respectivas y «cuando los aficionados se traban con palabras y golpes en las gradas defendiendo a un equipo ninguno pierde o gana personalmente; se gana o se pierde a nivel detribu» (Verdú, 1980, p. 19). El fútbol es un referente universal y, en tiempos de crisis de identidades como el actual, un poderoso catalizador de identidades colectivas, que ofrece al público, y a la sociedad en general, soporte expresivo para simbolizar diferentes facetas(local, regional, nacional...) de su identidad. El fútbol divide el mundo en amigos y enemigos. No se puede ser aficionado de verdad sin ser de un equipo y sin utilizar el «nosotros» en la conversación (hemos ganado, nos han pitado mal...). La pertenencia a un equipo confiere identidad. Identidad que hay que restablecer constantemente y externalizar confrontándola con otra, porque es relativa a sus contrarios sin los cuales no tendría sentido. Ser de un equipo te crea al mismo tiempo unos enemigos, hasta el punto de que los hinchas del Atlético de Madrid o del Barcelona amenudo son más que eso, son primeramente odiadores del Real Madrid, lo mismo que los del Sevilla lo son del Betis (Marías, 1998). Los jugadores asumen la identidad del conjunto de significados que encierra simbólicamente el equipo, la representan, la ponen en juego y la arriesgan en cada confrontación. Pero no se enfrentan sólo los jugadores, también los espectadores se instalan en el «nosotros» y hacen suyos los lances del juego, la victoria y la derrota (Velasco, pp. 114-115). Y algunos de ellos, los ultras, no tienen otra identidad y también se la juegan en su actuación. Desde el punto de vista de los efectos sociales, el fútbol proyecta imágenes del mundo, reorganizando de manera estable y periódica el significado de una parte nada despreciable de la vida de muchas personas: los jugadores conquistan el status de personajes públicos y héroes modernos que sirven de modelo para los niños y los jóvenes; los equipos se convierten en objeto de deseo sobre el que descargan sus pasiones y emociones un gran número de actores sociales. Mientras los más apasionados disponen de un mito global, la opinión pública dispone de una fuente inagotable de vivencias e imágenes para consumir y reelaborar en sus conversaciones. Con su omnipresencia en los medios de comunicación, el fútbol constituye un marco ideal para hacer visible cualquier acción y ofrece una extraordinaria ocasión para darse a conocer y conquistar una cuota importante del poder social de las imágenes; por lo que el protagonista del espectáculo del fútbol se convierte en referente público, en soporte publicitario o incluso en candidato para saltar a la política. 6 Además de ser una magnífica plataforma para las necesidades de exhibición, para el reconocimiento social y para la construcción de mundos simbólicos, el fútbol tiene «atributos específicos que constituyen elementos mediadores, puntos de cruce entre el campo deportivo y los campos simbólico y ritual» (Bromberger et al., p. 16), en los que se inscribe el fenómeno ultra: unidad dramática de lugar, tiempo y acción, comunión entre jugadores y espectadores, escenificación del esfuerzo solidario del grupo, incertidumbre del resultado, importancia de la suerte y el destino, división del mundo y del lenguaje en amigos y enemigos, una justicia incuestionable y, sin embargo, permanentemente en entredicho, abundantes elementos de identificación y ritualización, «el fulgente estallido de la victoria » (Verdú, 1998a), una competición escalonada a lo largo de un ciclo anual en la que se alternan victorias y derrotas, momentos de promoción y de postergación, en resumen, una auténtica «simbolización de los dramas de la vida» (Bromberger et al., p. 28).
2. Situación espacio-temporal de la actuación ultra
Los ultras «sólo tienen existencia en un espacio y un tiempo muy concreto y reducido: el que corresponde a un partido de fútbol y a sus momentos previos y posteriores inmediatos» (Acosta y Rodríguez, 1989). En la vida no se comportan permanentemente como ultras, no están siempre actuando. Hay unos tiempos y unos lugares para hacerlo, de acuerdo a pautas impensables fuera de ese marco situacional. Para el grupo que juega fuera de casa, el tiempo del combate se enmarca entre el viaje de ida y el de regreso. Un buen ultra acude a todos los viajes que se organizan 7. Los desplazamientos sirven para inventar cánticos, conocerse unos a otros y demostrar qué grupo ultra es capaz de movilizar más. Siempre se reúnen antes para entrar juntos al estadio. Si el partido es muy importante («derby», «final», etc...), el grupo marcha después de la concentración hacia el estadio, encauzado y escoltado por la policía, en forma de desfile militar, invadiendo las calzadas y caminando detrás de una pancarta que colocarán en el estadio 8. Desde su acceso al campo hasta el comienzo del partido toman
nota de quién ha venido y quién falta, comprueban si han conseguido meter en el campo las pancartas, banderas y otros objetos, incluso prohibidos (bengalas, botes, etc.), despliegan las pancartas, calculan los efectivos del grupo rival observando sus intenciones, lanzan los primeros gritos de guerra y comienzan los intercambios de palmas, coreos y cantos. La intensidad de estos primeros choques sonoros depende de la importancia del equipo visitante, del número de seguidores que le han acompañado y de las relaciones precedentes entre los dos equipos (de su tradicional enemistad o de lo sucedido en la última confrontación entre ambos). En la lectura de las alineaciones de los equipos por los altavoces cada nombre de jugador es mecánicamente acogido con gritos corales por sus ultras y silbidos por los contrarios, que se prolongan con insultos y aplausos recíprocos al salir los jugadores al césped para calentar. Desde que el balón se pone en juego y empieza a correr el reloj del árbitro los ultras intensifican la batalla coral que acompaña y «comenta» a su modo la lucha deportiva. De ellos depende el ambiente y el impulso que reciben los jugadores (que a su vez se dirigen a ellos para pedirles ánimo o para brindarles el gol); a ellos se les atribuyen remontadas de marcadores adversos que constituyen auténticas proezas; gracias a ellos el público no se limita a aplaudir o protestar esporádicamente las jugadas sino que vive el enfrentamiento. Sin los fondos los campos no tendrían el mismo atractivo. Los ultras, conscientes de esa función, se sienten intérpretes privilegiados de los intereses del club, portadores de la bandera en
el sentido real y metafórico de la palabra, directores de la masa de aficionados que si, no fuera por ellos, haría demasiado poco por sostener al equipo en su combate contra el enemigo. De siempre un buen hincha lo es por su capacidad de entrega y de animación al equipo, independientemente de los resultados, y sufre cuando el equipo va mal pero no lo abandona. Sólo merecen ser reconocidos hinchas de verdad los que aguantan en los malos tiempos. Los ultras lo son y, más aún, ejercen tal hegemonía sobre el resto del público y los jugadores que fuerzan a los dirigentes de los clubes a contar con ellos. Más que espectadores que van al campo a ver el partido, son protagonistas del acontecimiento que se desarrolla en él. La tensión aumenta después del descanso, cuando el paso de los minutos se hace más decisivo agotándose el tiempo para expresarse y para humillar definitivamente a los ultras rivales. Conforme se acerca el final, se espera que algún jugador tenga gestos de reconocimiento hacia el grupo, también es más fácil encontrar pretextos para intentar la agresión y puede surgir alguna «hazaña» individual. El final del partido trae la celebración del triunfo y la persecución de los contrarios. Durante el desalojo de las gradas, los ultras redescubren a los seguidores rivales, buscan la aproximación a ellos y les provocan de nuevo con insultos y amenazas. Ya fuera del campo, hay escaramuzas, carreras en zig-zag y robos de bufandas al rival; pero también autobuses apedreados, asaltos a coches y cabinas de teléfono, papeleras quemadas, etc. Son los momentos escogidos para actuar por los «provocadores» y los elementos «incontrolados». Si el tiempo es un factor decisivo para el desarrollo del partido (todo lo que sucede está siempre referido al número de minutos transcurridos), los espacios también están llenos de significado. La colocación del público en un estadio de fútbol obedece a una estricta organización, según la cual los diferentes tipos de espectadores ocupan zonas distintas (desde la tribuna presidencial al fondo norte), se visten de maneras distintas (desde el traje y la corbata hasta la camiseta del club), se comportan de modo distinto (desde los que están circunspectos sin atreverse casi a aplaudir, hasta los que no cesan de cantar, bailar e insultar) y se encuentran a mayor o menor distancia del césped según su vestimenta, formalidad, moderación y poder social. Los ultras más agresivos se ubican en los fondos de los campos, en la parte baja detrás de las porterías, cerca de los jugadores para incitarles e increparles, y están más pendientes de provocar al portero del equipo rival que de seguir las jugadas que apenas pueden ver desde allí; mientras que se han desplazado hacia los ángulos o hacia arriba los que se preocupan más de crear ambiente, competir con sus coreos, contagiar al conjunto del público e influir en el partido. La distribución de los espectadores en el estadio tiene una función en el conjunto del acontecimiento, y los individuos que se encuentran dentro de cada zona ellas deben conformarse a su cumplimiento. No se pueden mezclar espectadores de distinto tipo. En los «territorios» de los ultras 9 rigen normas autónomas de comportamiento: se consideran normales las avalanchas, los golpes contra las vallas publicitarias (si alguien les recrimina por ello le abuchean gritándole «si no te gusta, vete a otra parte, aquí se hace así»). Cuando no se respetan esas reglas de situación y se vulnera la «reserva del territorio» con infracciones e intrusiones descontroladas, aumenta el riesgo de incidentes 10. Desde la tragedia de Heysel el dispositivo de seguridad separa totalmente a los hinchas de los dos equipos (canalización a la entrada del estadio, diferenciación de puertas, incomunicación de zonas) y el enfrentamiento entre ellos tiene que producirse desde la distancia mediante guerra de banderas, coreos o insultos, de modo que estas medidas de prevención de la violencia contribuyen a potenciar el carácter simbólico de la violencia ultra. En el estadio conviven dos espacios superpuestos, el rectángulo verde del juego y las gradas del público, simbólicamente separados por la línea blanca que delimita el terreno de juego y hace de frontera reglamentaria infranqueable para el público. Esta separación se ha ido reforzando con fosos y vallas metálicas para evitar las invasiones de campos (que eran prácticamente la norma desde el Mundial de 1966 en Inglaterra hasta el de 1982 en España) y proteger de agresiones a jugadores y árbitros, sacando definitivamente del terreno de juego deportivo al público, que tiene que jugar en su terreno, el graderío. La agresión y el combate cuerpo a cuerpo dentro del campo dio paso al lanzamiento de objetos utilizados como armas (piedras,
botellas, etc.), cada vez más pequeños y susceptibles de pasar los filtros policiales (mecheros, monedas, pilas eléctricas, bolas de acero...); la
agresión a distancia pasó a ser desde entonces el tipo de incidente más habitual por su carácter individual, aislado e imprevisible, según el estudio de Castro Moral (Senado, p. 89). Esos objetos se han ido sustituyendo por otros que no implican riesgo físico (rollos de papel higiénico, por ejemplo) y simbolizan la manera que tiene el público de «entrar» en el terreno que le está vedado, de «invadirlo», cumpliendo el deseo, constitutivo del fútbol (primero invadiendo el campo, luego arrojando objetos, ahora intercambiando gestos), de transgredir la línea separadora actores deportivos/público, terreno de juego/graderío. Las violaciones indirectas del campo tienen el mismo sentido que tenían antes las invasiones: meterse en la batalla y contestar las injusticias cometidas por el árbitro. Los grupos radicales cumplen un papel vicario expresando la agresión y el insulto que le están prohibidos al protagonista deportivo de un juego cada vez más reglado y limpio. Fuera del estadio la celebración de los triunfos importantes del equipo es el momento con mayor fuerza significativa, aunque es menos frecuente que la concentración previa al partido y el traslado hacia el campo. Para ella suelen elegir plazas muy simbólicas de la ciudad, a las que llegan haciendo un recorridoprocesional. Tanto la conducción en formaciónescoltada hasta el estadio, como el desfile triunfal hacia el lugar de la apoteosis, tienen gran significado porque los ultras se mueven marchan) hacia la meta, que es el espacio del acontecimiento principal: en el primer caso, el campo de fútbol donde se desarrolla la batalla originaria; en el segundo, la plaza donde celebra el triunfo toda la ciudad. Los espacios urbanos atravesados, casi siempre los mismos, se transforman y cobran una nueva vida simbólica (Marín, p. 223). Son lugares céntricos, también utilizados para otro tipo de fiestas y festejos populares (Velasco et al., p. 156). En el uso cotidiano son espacios de distribución y encuentro, pero durante las celebraciones están provisionalmente vedados a quienes no integran el cortejo, porque constituyen ámbitos cerrados de significado, en los que valen reglas que no valen fuera de ellos y en los que está permitido transgredir algunas normas que rigen en el exterior, convirtiendo en lícitas conductas prohibidas en la vida ordinaria.
3. Carácter ritual de laviolencia de los ultras
Los ultras llevan los colores y el emblema del club sobre el cuerpo y en los aditamentos a las prendas de vestir que los identifican (máscaras, gorros, bufandas, cintas, brazaletes, pegatinas). Muchos se pintan la cara con los colores del club, a veces en forma de tres rayas paralelas como los «piel roja» cuando van al combate con sus pinturas de guerra. Desde que se prohibió introducir palos en los campos de fútbol, los portadores de banderas se las enrollan al cuerpo como mástil. Al revestirse así no sólo se identifican públicamente con el club y expresan fidelidad a sus colores, sino que representan ellos mismos una provocación. Su presencia es ya una agresión. La propia forma de presentarse como la «encarnación» de algo cuya simple visión es ofensiva para los contrarios tiene valor de arma ritual para los que están dentro de ese marco simbólico. Muchos recurren además a ornamentos que denotan radicalidad (calaveras, demonios, anagramas nazis o heavies), a símbolos guerreros (cintas del pelo y caras pintadas) y a complementos que utilizan los comandos terroristas (gorros de lana, la cara tapada con bufandas o pañuelos), rindiendo así un cierto culto estético a la violencia. La prenda más característica es la bufanda con los colores y el escudo del equipo. Algunos llevan la bufanda de otro grupo ultra. Lo más «auténtico» y valioso es llevar una que sea fruto de un intercambio amistoso o haya sido arrebatada en alguna hazaña. Las bufandas que se venden en los tenderetes a la puerta del estadio se consideran espúreas y se les llaman «cuneras». Existen ciertas normas, según las cuales no se pueden ostentar en el campo bufandas del rival en ese partido (podría dar lugar a malentendidos), ni se permite llevar bufandas de los máximos enemigos durante cualquier otro partido, a menos que se lleve superpuesta la propia. Vestimenta ornamental, pinturas, banderas, nos advierten que estamos ante escenificaciones que tienen mucho de teatrales. En el teatro uno representa un papel de acuerdo con un guión, interpreta un personaje, hace lo que tiene que hacer y se espera que haga. La consideración de los símbolos y acciones ultras dentro de una perspectiva dramatúrgica y ritual nos sitúa ante un fenómeno cultural para el que no sirven las explicaciones biológicas o etológicas, basadas en los instintos o las emociones Los hinchas son conscientes de que hay unas reglas que gobiernan sus enfrentamientos,ya que pueden citarlas cuando se les pregunta por ellas, cuando inician a los novatos y cuando critican a los que lo hacen mal, porque son preceptivas y vinculantes para quienes se integran en el grupo. El carácter ritual explicaría el consenso entre los miembros del grupo y entre grupos distintos sobre las normas que deben regir sus encuentros
COMPORTAMIENTOS ESTEREOTIPADOS
Las acciones de los ultras siguen pautas fijas y comunes en todos los estadios, según un esquema que, una vez conocido, permite anticiparlas, porque son repertorios coordinados, estables y permanentes. Son manifestaciones convencionales de hostilidad, que sirven principalmente para representar la enemistad con el rival, permitiéndoles identificarse con los propios y provocar ritualmente al enemigo. Los mensajes ofensivos que profieren encierran insultos colectivos, que valen lo mismo para los ultras de un equipo que de otro y
dependen más del significante que del significado. Estando las aficiones estrictamente separadas y controladas por la policía, las amenazas se expresan sobre todo en la competición sonora entre canciones, consignas e insultos que se lanzan como comportamientos obligados que esperan invariables respuestas también obligadas. La batalla de coros, iniciada antes del partido, es un tipo de comunicación prefijada entre grupos ultras, en la que cadabando, desde lados opuestos del campo, replica e intenta superar al otro. La elección de los cantos y la intensidad con que se entonan logran al fin acallar a uno de los grupos que ya no puede replicar. Esta actuación sirve paraasegurar cohesión al grupo y para doblegar a los rivales, y se ejecuta bajo la dirección de un cabecilla, que tiene reconocimiento y status propio en el grupo. Además del coreo, se dan otros comportamientos agresivos constreñidos a pautas fijas de las que nadie atreve a desmarcarse (cantan juntos, gritan juntos, agitan las banderas al unísono, simulan riñas y golpes de puños) y escenificados de acuerdo a una distribución temporal precisa, respondiendo a un código elaborado. Incluso se toleran expresiones individuales que, aunque puedan interpretarse como residuos instintivos, son en cierto modo iniciativas esperadas como rituales de exhibición y pueden explicarse en el funcionamientointerno del grupo. Inmediatamente después de cada gol, el fondo pierde el carácter de bloque compacto y sus ocupantes se abalanzan contra la valla, descendiendo por las gradas y empujando a los de abajo que se ven arrojados contra ella y succionados luego para volver a su sitio 14. En esos momentos surgen también acciones individuales espontáneas o previamente imaginadas para esta ocasión (incipientes escaladas a la valla metálica, bengalas guardadas para ese momento), pero en seguida se recobra la normalidad y el orden prescrito. Los ultras consideran una provocación la celebración de los goles del equipo rival –es una de las cosas que más les hiere–, pues no la entienden como expresión de alegría, sino «para recochinearse de nosotros», confesando así que sus propios gestos de celebración son ante todo un «recochineo» del enemig ridiculizado. Otra actuación típicamente ultra es meterse con el portero del equipo contrario
arrojándole objetos e insultándolo cuando va a sacar, porque su cercanía y su permanencia inmóvil ante la portería lo hacen un blanco fácil. Pero, sobre todo, porque su papel en el partido –impedir que el equipo propio meta goles– concentra en él la mayor parte de las iras y simboliza al enemigo por antonomasia: «está allí para fastidiarnos a nosotros y todo el que trata de fastidiarnos merece morir». Ocasionalmente algunos ultras se separan del grupo grande y se deslizan subrepticiamente hacia el centro de la masa enemiga sorteando a vigilantes y policías. A veces se identifican al rato e intentan abrirse paso en el territorio hostil para regresar a lugar seguro, contentándose con la fascinación que produce el mismo hecho de transgredir la separación impuesta, pues el juego consiste sobre todo en demostrar valor. Otras veces, al final del partido, tratan de apoderarse de alguna bandera o bufanda enemiga con el objetivo doblemente simbólico de entrar en territorio vedado y de apoderarse de los colores rivales. El trofeo, que indica la superioridad de quien lo obtiene y recuerda para el futuro la victoria, ha sido desde siempre en el fútbol la copa que se entrega al vencedor. Con los trofeos arrebatados los ultras también muestran la superioridad de quien los consigue arrebatar y la humillación de quien los pierde. No siempre los conservan sino que algunas veces los «trapos» (nombre dado a las banderas enemigas) se queman en el estadio cuando vuelven a enfrentarse con el mismo equipo. Este tipo de invasión resulta cada vez más difícil, al menos dentro del estadio, pero se sigue intentando (o haciendo como que se intenta) como parte del guión del combate lúdico que asumen los protagonistas; y ya sabemos con Huizinga o Bateson que el juego se realiza en la ejecución del mismo sin necesidad de alcanzar otra meta distinta. La cita previa y el reto al duelo es otro comportamiento típico. Unas veces se insultan y quedan «a la salida», individualmente o en pequeños grupos, otras veces se desafían con todos los efectivos del grupo en un lugar lejos del estadio para evitar el estrecho marcaje de la policía. 15 Cuando se producen combates en campo abierto, los grupos se reúnen viéndose mutuamente a una cierta distancia. En el fragor de insultos y amenazas, es frecuente que un miembro de cada grupo se adelante algún paso y se quede en el espacio abierto que media entre las dos formaciones, sin llegar a posibilitar el contacto físico, con la cabeza erguida, haciendo gestos amenazadores y agitando los puños. Uno de los dos perderá terreno sintiendo la presión enemiga y regresará para incorporarse al grupo, sobre todo si la formación rival hace gesto de avanzar contra él o de lanzarle objetos. 16 El combate se queda en ademanes agresivos y amenazas verbales hasta que un grupo pierde terreno o va perdiendo efectivos porque se van cansando, lo que demostraría su inferior consistencia y firmeza. El éxito de semejante pelea es la retirada del enemigo y el aumento de la reputación del bando que ha forzado al otro a echarse atrás. En realidad se trata de combates de exhibición siguiendo rituales de guerra. Cuando no se ve al enemigo desciende la tensión y cesa la agresividad amenazante, aunque se sepa que está a poca distancia; en cambio, su aparición desencadena el rugido. Necesitan que el enemigo esté visible en el escenario para exacerbarlo, como si no pudieran actuar sin que el rival entre también en escena, al contrario de lo que sucede en la guerra de verdad, en la que es más fácil disparar y matar si al enemigo no se le ve la cara y es alguien abstracto e impersonal. Esta violencia teatral tiene mucho de metáfora de la guerra, de puesta en escena, en la que la masacre y la 160 Bernardo Bayona Aznar destrucción del otro no es real sino ritual y la derrota consiste en contar después su humillación.
No se busca el exterminio del enemigo, cuya existencia es la razón de ser de la propia autorrealización ultra y el pretexto necesario para seguir, semana tras semana, la representación, sirviendo cada encuentro para reafirmar ritualmente la enemistad. Aunque el enemigo es uno distinto cada domingo, la fobia obsesiva por algún rival en especial debe mantenerse viva en la memoria del club y los ultras alimentan esas furias y ojerizas en sus reuniones preparatorias y en sus publicaciones, recreando las humillaciones, desplantes y agravios, para que no se apague el fuego de la hostilidad y esté justificado el despliegue de combate. 17 Los ultras utilizan símbolos políticos radicales y totalitarios para resaltar la rivalidad propia del conflicto amigo-enemigo. La militarización organizativa necesaria para sus objetivos les lleva a imitar la estética y los modelos de comportamientode los grupos más violentos, a copiar sus nombres y a hacer el saludo fascista; como ellos, exaltan la virilidad, exigen una entrega incondicional al grupo, son intransigentes con los débiles. Pero «la mayoría de los miembros de estos grupos se declaran pasotas y sin ideología» (De Antón et al., 1992) y no tienen una convicción ideológica ni una práctica política fuera del contexto futbolístico consecuente con esos símbolos. La politización de estos grupos nace, en parte, «de la voluntad de definición de sí mismos por la movilización de identidades colectivas» (Hourcade, p. 258). La simbología extremista actúa como elemento revulsivo y provocador y les abastece a su vez de elementos identificativos que favorecen la asimilación diferenciada del resto de la sociedad, siendo sólo un signo de inconformismo para destacarse mejor del resto de la sociedad, porque, como dice un hincha del Tottenham, «resultaría difícil ser tomado en serio como hooligan si me declarase liberal o socialdemócrata» (Adán 1996, p. 61). Para facilitar su identificación y favorecer el impulso exhibicionista echan mano del lenguaje político extremista y ultranacionalista, apropiándoselo para su estrategia de representación, más queponiéndolo al servicio de fines políticos. Pero también hay conexiones entre estos gruposdesde su origen 18 y los movimientos extremistas y violentos se apropian de la capacidad dereclutamiento, movilización y publicidad que garantizan los grupos ultras, que están ya organizados y cuentan con una envidiable fuerza social. Además constituyen un terreno abonado para el proselitismo al integrar numerosos jóvenes que expresan una hostilidad visceral y articulan el mundo en torno al binomio amigoenemigo
CONFLICTO ENTRE JUSTICIAS
La justicia que imparte el árbitro en elcampo de fútbol es un tipo especial de justicia.Se puede estar de acuerdo o disentir de las sentenciasde los jueces, de las órdenes de losguardias de tráfico, de las notas de los exámenesescolares pero, aunque se pueden recurrir,se acatan porque se reconoce la autoridad de laque emanan. En cambio, las decisiones delárbitro en los campos de fútbol no se puedenrecurrir, pero son contestadas por el públicoque cuestiona su autoridad y su pretendidaneutralidad hasta el punto de que la protestapor las decisiones arbitrales está incorporadaal ritual de cualquier público.Los jugadores no pueden protestar y por esoincitan a veces a los hinchas a que lo hagan,pero la protesta de los espectadores se tolera yno conlleva sanciones de ningún tipo, porque loque sucede en el espacio del público no estáreglamentado por las reglas deportivas y sóloafecta a la labor del árbitro si el público se meteen el terreno de juego, bien directamente o bienlanzando objetos. El repudio de la autoridadarbitral por los espectadores es también simbólicopues la autoridad del árbitro no puede seroficialmente negada y sus decisiones son finalmentelas que valen, porque para eso tiene todala autoridad legal. Las protestan porque el árbitrono tiene autoridad legítima a los ojos de loshinchas que participan en el partido identificadoscon su equipo y niegan toda posibilidad deneutralidad. Como el público está metido en elpartido, pero no en el terreno de juego en el quereina la (in)justicia de árbitro, la pretensión delegitimidad de «su» justicia se integra en elpartido como conflicto con el árbitro.En el fútbol coexisten en conflicto diferentes«esferas de justicias» (Dal Lago, p. 60) ycada partido escenifica ese conflicto ritualentre diferentes tipos de justicia: la deportiva yoficial (supuestamente neutral) frente a la pre-tensión de auténtica justicia por parte de losseguidores del equipo que la exigen para queno sea una farsa de justicia. Aunque nada cambie,con su protesta ha de quedar claro de quéparte está la razón y empieza un contenciosomás allá del partido, porque la injusticia mereceser reparada y su memoria perdurará en partidosposteriores, nuevas ocasiones para vindicarla afrenta padecida y exigir accionesreparadoras. Nace así un nuevo motivo para laagresividad ultra.El árbitro es a menudo, por tanto, protagonista–más incluso que los jugadores– de lainteracción entre el terreno de juego y el público.Su figura, que tiene la función de garantizarel carácter reglado y no caótico, lúdico y noviolento, del juego, adquiere un papel metadeportivoy acaba asumiendo, a los ojos de losespectadores que no son (no pueden ser) imparciales,la justificación de este otro nivel de conflictoque entra en juego; un conflicto en el queya puede echarse mano de todo tipo de explicacionese invocar diversos intereses económicoso políticos. El árbitro es una figura paradójica.Sin él no hay partido: es necesario queejerza su función de árbitro deportivo para quese pueda disputar la contienda. Pero sirve a suvez de pretexto para provocar, independientementede su voluntad y aún de su conciencia, laexigencia de otra justicia. Actúa en el marcodeportivo como protagonista consciente de sutarea. Pero al mismo tiempo, protagonista tambiénen el marco simbólico de los hinchas,soporta el peso del imaginario colectivo cuyossignificados le resultan ajenos. Garantiza a lavez el conflicto deportivo y el conflicto ritualdel público. Por eso corre el riesgo de salirse desu papel o ejercerlo inadecuadamente provocandoentonces que la violencia ritual se transformeen violencia real.El sentido de la justicia que tienen los gruposultras funciona en las relaciones entre elloscomo una justicia propia, que no debe recurrira los agentes externos que simbolizan la justiciadel resto de la sociedad. Los ultras impartenjusticia por su cuenta y aplican la venganzadel «ojo por ojo y diente por diente»: a unapintada se responde con otra pintada, a unainvasión de territorio con otra invasión y a unrobo de material emblemático con otro robo.Por eso cuando hay una agresión física, hayque responder atacando violentamente y losagredidos nunca denuncian el ataque a la policía,porque sería salirse de las reglas del combate.Los enemigos («falsos», «cobardes»,«mentirosos», «vendidos», «traidores», etc.),son siempre merecedores de una justicia punitiva,que no es la justicia que imparte el árbitroni la policía, sino la que debe imponer el tribunaldel fondo ultra y se expresa en forma deamenazas de agresión.Todos los miembros del grupo están obligadosa participar en esas acciones de venganza yestá muy mal visto que alguien se «escaquee»de un ajuste de cuentas, de una respuesta a unacarga policial o de un ataque preparado contraotro grupo. El que no colabora en esas actuacionesy evita estar «cuando hay que dar lacara» es un «cobarde» y un «conejo», quepuede ser expulsado por no acatar las reglasque rigen para todos. En el comportamientoagresivo de los ultras no cabe la vergüenza (nohay situaciones embarazosas para ellos), ni elsentimiento de culpa (pues sólo pretendenhacer justicia). Participar en la hinchada ultraobliga a exhibir agresividad como testimoniode fidelidad y coraje, pero al mismo tiempogarantiza la despersonalización, la coberturadel grupo y la impunidad irresponsable. Unodebe cumplir el papel asumido y, como el actorde cine o de teatro, no es responsable personalmentede las acciones que el guión le atribuye.Dentro de estos grupos la violencia es una categoríaque no encierra la idea de comportamientosancionable o punible y la adhesión a valorescomo la fuerza o el desprecio a losadversarios son las reglas del juego pues, aunquese corra algún riesgo, hay que ser agresivoen el desarrollo del ritual para ganar posicionesde prestigio. Los ultras saben en todo momentolo que está pasando, lo que se puede y no sepuede hacer, lo que está bien o mal de acuerdocon sus patrones de conducta.Casi nunca los episodios de violencia sonarrebatos de improviso, ni consecuencia de unareacción súbita ante algo que ocurre en el terrenode juego. La agresividad de los hinchas nonace del juego directamente, es previa, paralela,y no se agota en la respuesta a lo que hacenlos jugadores. Sería erróneo explicar la violenciaultra basándose en la agresividad del juegoy de hecho cada vez son más raras las escenasde brutalidad dentro del terreno de juego. Otrosdeportes más permisivos con los choques físicosy mucho más violentos (como el boxeo o elrugby), apenas suscitan sin embargo problemasde violencia de los espectadores. Las eventualesacciones de los futbolistas pueden aumentarla excitación de los hinchas si exacerban la tensiónagravando el conflicto que desde el principiose desarrolla en las gradas; lo que ocurre enel campo se incorpora e integra en las actuacionesde los ultras, pero no son el origen ni larazón principal de su comportamiento que obedecea una lógica autónoma
4. Una subcultura juvenil
La reiteración de las actuaciones ultrasy del conflicto entre justicias nopuede explicarse por causas socioeconómicas,ni debe pensarse en ella como meroreflejo de la realidad social, sino como procesoscon capacidad de intervenir en ella. La construcciónde un mundo simbólico paralelo en elcruce excepcional de identificaciones que ofreceel fútbol como «teatralización de relacionessociales» es un fenómeno interclasista y no lafiel representación especular de un conflictosocial previo 21. La mayoría de los miembros deestos grupos no son reclutados en sectoressociales definidos por su nivel económico o susituación social (De Antón et al., 1992), sinoque, de modo similar a lo que sucede en el casode la música rock o pop, se incorporan a pautasde conducta y referentes de sentido por franjasde edad. Su participación desaparece con laedad y así la edad media de los jóvenes integradosen estos grupos en España se mantiene estableen torno a los veinte años, siendo pocos losque superan los veinticuatro. Los grupos ultrastienen similitudes y conexiones con otras subculturasjuveniles (tribus urbanas, universosmusicales, bandas callejeras, etc.) de las que senutren; y no son totalmente homogéneos, sinoque mezclan y reelaboran modas juvenilesimportadas del extranjero, pudiéndose encontrardentro de ellos subgrupos (unos dominantesy otros subordinados) definidos por referenciasno futbolísticas, por ejemplo, los heavies o losskins. Más que un fenómeno nuevo, es un desplazamientode las peleas rituales de una palestraa otra, de los mundos rockeros y callejeros almundo del fútbol y sus aledaños, una expresióndiferente dentro de un mismo modelo de comportamientosjuveniles organizados 22. Si la funciónde todos estos estilos juveniles es afirmarla pertenencia a microculturas que los diferenciande la amorfa cultura unitaria de la sociedadadulta, las acciones de los ultras del fútbol respondentambién en parte a esa necesidad de losjóvenes en la sociedad contemporánea de construirun sociedad para sí mismos 23.Los grupos ultras adoptan una forma devida, comparten una jerga especializada, generanunas expectativas estables de conducta yrequieren un cierto entrenamiento o reiteraciónde conductas que transmiten los portadores dela cultura a los novatos. Son organizacionesracionales, con una jerarquía interna, una divisiónde roles estable, unas normas de ingreso yun núcleo de reglas de conducta. Sus característicascoinciden con el estereotipo de lasbandas: fuerte sentimiento de pertenencia eidentificación, importancia de la defensa delterritorio, enfrentamiento con las otras bandas,división de los roles y estructuración jerárquicadel grupo con presencia de líderes reconocidos(Roversi 1992, p. 42 y ss.). Constituyen,en definitiva, una subcultura juvenil 24. Lasdiferentes subculturas juveniles son universosen los que se generan procesos para satisfacerla necesidad de identificación que padecen losadolescentes 25. Pueden ser enemigas una de laotra, pero coinciden en tener un enemigo principal,el mundo de los padres y de los adultos,representado para los ultras del fútbol en elmundo adulto del estadio, la policia os «tribuneros» y en general los «viejos»
LA CARRERA MORAL DEL ULTRA
Harré ha llamado «carrera moral» de la personala historia social de una persona en cuantohistoria de las relaciones con los demás y de lasactitudes de respeto y aceptación o de desprecioy rechazo, que se representan en formas socialesinstitucionalizadas y ritualizadas. Los procesosy momentos de iniciación e integración, que tradicionalmentesirvieron de ritos de paso (etapasescolares, servicio militar, sacramento de la confirmación...),perduran oficialmente institucionalizados,pero tienen cada vez menos fuerza. Enlas actuales sociedades abiertas se construyenmicrosociedades diferentes que institucionalizansus propias carreras morales alternativas 27.La vivencia del fútbol como un hecho socialtotal favorece el paso del yo al nosotros y con-tribuye a satisfacer la necesidad de disponer enla adolescencia de procesos de socializaciónpropios. Los jóvenes ultras no sólo experimentanuna intensa comunión emocional 28, sinoque el grupo les proporciona la síntesis de losmecanismos de identificación que encierra elfútbol con las necesidades de agregación típicasde la adolescencia. En el grupo encuentranritos de paso para dejar de ser «críos» y establecenprocesos de entrada mediante ritualesde despersonalización y de identificación,tales como adoptar una vestimenta común,renunciar a la utilización del propio nombrepor un alias o pintarse la cara para encarnarmejor ese nuevo ser social 29. Lo que realmentecuenta para un joven que entra en un grupoultra es tener una identidad y hacerla visible.El grupo, además de generar vínculos depertenencia y tejer redes de relación social,satisface la búsqueda de prestigio por parte delos jóvenes que se integran en él, les confiereuna aureola de heroicidad y valentía, y afianzala propia autoestima. El prestigio del ultra nodepende de los triunfos del equipo ni de laposición que éste ocupe en la clasificación,sino de acatar las reglas a través de las cualesel individuo gana reputación y va construyendosu carrera moral. Integrarse en el grupoultra supone adoptar pautas de comportamientoque subrayan valores distintos de los establecidosen la sociedad y exige entrega a latarea de representar hostilidad agresiva, ya quelas reglas cuya observancia permite alcanzarstatus consisten en expresiones estereotipadasde agresividad. El joven supera el ansia de statussocial y los sentimientos de minusvaloraciónpersonal que sufre en la sociedad adultapor la sobrevaloración alternativa ganada dentrodel grupo. Su propia autoestima dependeahora de las relaciones que el joven establececon las personas que considera más importantes,por ejemplo, los líderes del grupo ultra.Por eso la pertenencia al grupo no se oculta alos coetáneos, aunque al principio sí a lospadres.Para ascender en esta escala social autónomahay que respetar reglas nunca formalizadas,pero bien conocidas y reconocidas por losmiembros del grupo, como participar en unainvasión, enarbolar los propios emblemas ycolores dentro de la masa rival, arrebatar unabufanda o una bandera enemiga, cantar determinadasletras ofensivas, etc. Las incursionesen el territorio enemigo, por ejemplo, pretenden(como los ritos de caza y los códigos dehonor) el reconocimiento por los demás delgrupo y el ascenso en la jerarquía interna. Losacontecimientos deportivos o paradeportivosofrecen la ocasión de superar esas pruebas parademostrar destreza y valor o, por el contrario,delatar cobardía y falta de sintonía con elgrupo. El éxito aumenta la reputación revalidandola pertenencia al grupo, mientras que siuno falla, la reputación se desvanece y se convierteen sospechoso. Por consiguiente, losenfrentamientos entre ultras no son casualessino pautados, con símbolos cuya sola exhibiciónse interpreta como un desafío que legitimala agresión y con unas reglas definidas para instigara la pelea (invadir el territorio del otro,insultar, mirar mal, etc.). Y las actuacionesagresivas no persiguen eliminar o dañar físicamenteal contrario, sino que forman parte de unsistema de gestos para adquirir honor y forjaruna imagen de sí mismo como fiel a los coloresy temible para los rivales. Son rituales paraconstruir la carrera moral de sus miembros.La estructura interna de los grupos (papelesy jerarquías tácitamente aceptados por todossus miembros) se define por los diversos gradosde implicación o pertenencia al mismo.Los más jóvenes se acercan a los ultras atraídospor el aspecto alegre y bullicioso quemuestran ante el resto del estadio. Primeropululan por allí, sentándose en zonas próximasa ellos, observando con cierta envidia y admiraciónsus gestos y acciones 30. Luego van imitandosus cantos y gritos, más tarde también eluniforme (bufandas, escarapelas, calzados,etc.). Poco a poco se van metiendo dentro delfondo ultra, que los va a observar a su vez yreconocer como «críos» 31. La mayoría pasaránunos años en el grupo y lo abandonarán casisin darse cuenta, biológicamente, cuando seintegren en la afición normal con los «viejos».Sólo algunos llegarán al grado de «veteranos»,cuya función principal es velar por el cumplimientode las reglas, garantizar la supervivenciay el crecimiento del grupo sin que se desvirtúe.En los viajes estos veteranos danconsejos a los más jóvenes recordándoles lasnormas de obligado cumplimiento (no formarpequeños grupos que serían fácilmente atacables,seguir las instrucciones de la policía encaso de que les escolte, no exhibir símbolosdel grupo ni del equipo si uno decide pasear solo, proteger el material propio como prioridadsobre el robar el de los otros, no atribuir algrupo las fechorías individuales que a uno sele ocurra perpetrar, etc.). A veces deben corregira los «críos» por medio de amonestacionesy broncas, sin excluir tomar drásticas decisiones32. Los veteranos son la cumbre de laestructura interna en la que la movilidad estádeterminada por el comportamiento en losencuentros rituales.Las diferencias en la manera de vestir sirvenpara reconocer el status de los miembros dentrodel grupo. La mayoría, los que dan color eidentifican al grupo como conjunto, se ponenel «uniforme» completo desde el gorro hastalas botas, pasando por las bufandas (a vecesdos, una de ellas enrollada al puño), además delas escarapelas. Los duros o peleones suelenllevar cazadora. Los miembros más jóvenesllevan sólo algunos de estos elementos y vancompletándolos poco a poco según su grado deintegración y el éxito de sus aciones. Pero losveteranos no suelen vestir atuendo diferenciadodel resto de los espectadores (no necesitanir de uniforme porque son suficientementeconocidos); tampoco son los que más gritan(eso queda para otros que deben reforzar sustatus), ni los más activistas en el estadio,donde controlan con altanería y prestancia; enla calle, sin embargo, son los que proponen lasacciones y deciden dónde ir o qué hacer; y,como deben dirigir las actuaciones del grupo,no ingieren alcohol para mantener la cabezalúcida y ganar en eficacia y combatividad(Senado, p. 102). Además de la estructura verticalhay otros puestos desempeñados pormiembros cualificados, que responden a tareasu «oficios» diferentes, por ejemplo, los expertosen el coreo y los que se encargan de organizarlos viajes. Harré (1987, p. 68) destacados muy especiales, los gamberros y losexcéntricos
NARCISISMO Y RETÓRICA
Cuando cuentan lo sucedido, los ultras magnificanla victoria sobre los rivales, que aparecensiempre arrugados, cobardes, gusanos(«no les dimos tregua», «contra nosotros nohay quien pueda», «eran tres contra uno peropude con todos»); y describen el encuentrocomo si hubiera habido contacto físico y leshubieran infligido daños reales («les dimosuna paliza descomunal», «les rompimos lacara», «fuimos a muerte», «no quedó ni unovivo»). Se multiplican las conversaciones llenasde inverosímiles mentiras, de batallas queno se han producido, de autoengaños que acabansiendo compartidos porque todos quierencreérselos. Los relatos crecen como un caparazónsobre la verdad, la involucra y desvirtúa,incorporando a la leyenda del grupo ultra episodiospoco memorables, pero revestidos conuna pátina que los exagera y confunde. ¿Cómopueden relatar semejantes proezas cuandosaben que realmente sólo ha habido amenazasy gestos simbólicos? Este tipo de alardes retóricosles hace sentirse más importantes y esfrecuente entre los adolescentes y en la culturamachista. La respuesta es que necesitan contarhazañas para ser reconocidos, acumular honory aumentar su reputación 34. Esa necesidad deganar reputación explica que, no habiendorealmente apenas luchas ni heridos, los mensajessean tan brutales y las publicaciones ultrasexalten la violencia hasta el extremo.El fenómeno social del fútbol se presta a laretórica. Todos los hinchas hablan del partidoen términos cargados de épica y subjetividad,pero las crónicas deportivas no desmerecen dela retórica de los hinchas y se alejan bastantede lo que sería una descripción precisa de loshechos, los presidentes y entrenadores acudena los medios de comunicación para caldear elambiente antes del partido, las informacionessobre los enfrentamientos entre ultras exagerana veces la gravedad de los mismos. Mediosde comunicación e hinchas, directivos y ultrasparticipan al unísono en la producción de textosretóricos a partir de la estructura narrativaque rige el espectáculo. Los acontecimientosdeportivos y las agresiones de los ultras secuentan según categorías previas (maniqueas yde combate), en las que se organizan los datosy se envuelve a los lectores o a los oyentes 35.La notoriedad pública que proporciona estaren un grupo de ultras aumenta con las fotos ylos vídeos donde se habla de ellos (Senado, p.203); y la popularidad que da la publicidad desus acciones refuerza la motivación identificante.Hay que hacer lo posible para significarsey aparecer, hay que dejarse ver y para ellohay que repetir hazañas y agresiones («unosultras que no salgan en la tele ni son ultras nison nada» decía un supporter bético). Así creceRituales de los ultras del fútbol 165 el orgullo de ser alguien importante en quien sefijan los periodistas y los fotógrafos, alguienque merece casi tanta atención como los futbolistasmás idolatrados, alguien que tiene a lapolicía y a los medios de comunicación pendientesde él porque da miedo y aterroriza a lasciudades a las que se desplaza 36. El status sealcanza a través de la notoriedad y ésta por laviolencia. Ser ultra y actuar como tal es antetodo una lucha por ser centro de atención, unaestrategia para mostrarse y ser actor de la propiavida más que espectador de la vida ajena.Estos jóvenes han elaborado en torno al fútbolun sistema de conversión de sí mismos enespectáculo que, además, invita a la emulacióny favorece el proselitismo.
TRANSFORMACIÓN DE LA REALIDAD
De todo ritual se espera que se cumpla (quese repita la ceremonia, siempre igual a símisma, inmutable) y que cumpla: que la lluviacaiga y que las cosechas sean buenas, que cesela epidemia y los dioses nos sean favorables.El ritual repite y a la vez inaugura, inicia laespera. «En el ritual deportivo, la espera sellena con la celebración misma: al final deltiempo reglamentado los juegos se habrán realizado,pero el futuro habrá existido, porciónde tiempo puro» (Augé, p. 66). Por otra parte,los ultras hacen un uso intensivo de imágenescelebrantes del triunfo presentido, anuncian«profecías autocumplidas» del tipo «vamos aganar» o atacan provocadoramente al contrariopara asustarlo y debilitarlo. Como en losmítines políticos (Cruces y Díaz de Rada,1995, p. 172), al tiempo que se reitera la incapacidaddel rival, se trata de anticipar lo quese desea y se quiere conseguir, la victoria, porquees la manera de animar, cohesionar yorientar el comportamiento de los seguidoreshasta lograr el triunfo. La proclamación anticipadade la victoria y la humillación del contrariofuncionan en el universo ultra como«profecías autocumplidas», igual que sucedeen el lenguaje del fútbol en general y en ellenguaje político.No sólo el lenguaje, también los comportamientospresentan diferentes niveles de eficaciaoperativa. Por ejemplo, el objetivo delcoreo en los momentos iniciales del partido essuperar y acallar los cantos contrarios parademostrar así la superioridad sonora y organizativa,como si dejar clara la superioridadsobre la hinchada visitante y obtener esa victoriacoral fuera mérito suficiente y anticipaciónirrefutable de la consecuente victoria deportiva.Pero, independientemente de que luego sevea acompañada por el éxito deportivo, estavictoria coral de unos ultras sobre otros tienesentido por sí misma. Más allá de la influenciasobre el público y sobre el desarrollo deportivodel partido (incluido el resultado), los ritualesdesplegados tienen una eficacia operativaautónoma porque transforman el status de losmiembros del grupo y construyen su carreramoral y su imagen pública.La virtualidad transformadora de la personalidaddel combatiente que tiene la guerra puedeatribuirse también a las batallas de los ultras. Sipor un lado la guerra tiende a disolver al individuopor la puesta en juego negativa del valor desu propia vida, por otro convierte en héroe gloriosoal superviviente ganador de esa puesta enjuego y con el ídolo introduce el orden divino 37.La agresividad ultra es una vivencia alternativaa la monotonía y al aburrimiento, una experienciaexcitante de autoinmolación en el grupo y deglorificación por la victoria heroica 38.Como en cualquier religión, la divinidad nosólo irrumpe excepcionalmente en forma deexperiencia mística o de sangre derramada, sinoque lo hace habitualmente en forma de sacrificioritual repetido en actos sacramentales que sedistribuyen a lo largo de un calendario litúrgico(Bromberger et al., pp. 35-40). El calendariofutbolístico marca el paso de los años y las estaciones,con momentos «pascuales» culminantes(las eliminatorias coperas, las finales, los ascensoso descensos y las promociones son auténticosmomentos de muerte y resurrección). Deahí que la unidad de medida del tiempo de unhincha radical sea el calendario futbolístico que,como el religioso, no coincide con el calendariocivil 39. El verdadero día de fiesta de la semanapara un ultra es el día del partido, al que es obligatorioasistir como a la misa del domingo (quese puede adelantar al sábado) y de las festividadesque caen entre semana.Hay muchas más similitudes entre la celebraciónreligiosa del sacrificio y el ritual del fútbol40. Sin embargo, la dimensión operativa delos rituales ultras no se da en un nivel autoconscientecomo en el ritual religioso o en cualquierceremonia curativa. Los comportamientos repe-titivos y codificados de los ultras no son vividospor los autores como rituales de salvación o desanación, a pesar de su carácter sacramental, desu espesor simbólico y de que suponen la rupturacon lo cotidiano. A diferencia de laconciencia que tienen los sacerdotes o loshechiceros de ser portadores de salvación o desalud, los ultras carecen de la dimensión exegéticade sus actuaciones, no obstante las transformacionesfuncionales y personales que producen.Quizá precisamente por eso tanto elloscomo el resto de la sociedad las interpretancomo profundamente antisociales e inciviles.Hemos reconocido en las relaciones informalesde estos grupos acciones rituales compensatoriasy contestatarias (ritos de paso yritos de rebelión) que desafían al mundo adultoy oficial. Podría decirse que son formas deidentificación y pertenencia al margen delorden social, cuya principal función es «afirmarla pertenencia significativa a microculturasque los diferencian de la amorfa culturaunitaria de la sociedad» (Adán, 1996, p. 54) yque juegan en la estructura social un papelsimilar a las novatadas, las manifestacionesantiautoritarias, las escapadas colectivas ocasionales,etc. Estas formas rituales de la «communitas» (Turner) producen un mundo de relacionessociales alternativas y son un modo deoperatividad social «no sólo tolerado sinoalentado por quienes ostentan el poder (…)pues vienen a ser formas controladas de expresióny resolución de conflictos y a veces formanen los miembros vinculaciones más firmesy profundas (en realidad, mediatizadas)que las que se suponen generadas por la identidadinvestida por la institución» (Velasco,1996, p. 119).
5. Violencia ritual y violencia real
Si la fascinación que ejerce el fútbolradica posiblemente en conteneresencialmente (es decir, desdesiempre) la posibilidad ritual de la violencia 41,los ultras han construido un sistema de símbolosespecíficos, capaces de promover y orientarcomportamientos agresivos establecidossegún códigos, que son fundamentalmenterepresentaciones de violencia ritual. Se tratade una violencia expresada, celebrada, simbólica,no necesariamente materializada en agresiónfísica. El número de agresiones realesresulta escaso en comparación con el númerode partidos de fútbol que se juegan cada semanay los cientos de miles de espectadores quelos ven. La agresividad ultra no excluye laposibilidad de la agresión física y provoca gravesriesgos, como los provocan los jóvenes enotros momentos de fiesta propios de la sociedadurbana (la «ruta del bacalao» el fin desemana, las «zonas» de copas de las ciudades,los conciertos de rock, etc.). Mientras los jóvenesrurales se divierten en las fiestas tradicionales,a veces crueles o peligrosas (desde losencierros de toros a los fuegos artificiales), losultras del fútbol encarnan la excitación desenfrenaday el exceso de participación en lasociedad moderna 42.El informe policial más reciente sobre losgrupos ultras en España subraya que el gruesode estos grupos está compuesto «por gente queno es partidaria de la violencia» y que elescuadrón de los violentos tiene como objetivouna «violencia colectiva... con comportamientosvandálicos amparados en el anonimato dela masa».Hoy se dan menos casos de violencia originadadirectamente por el desarrollo del juegoque nunca. La violencia futbolística, confinadaen otro tiempo en los campos de fútbol, hadesaparecido prácticamente de ellos, debido ala separación de los hinchas y a las restriccionesde los movimientos en masa, principalcausa de las grandes tragedias. Aunque la acumulaciónde factores de riesgo (Rimé, 1988)convierte al estadio y sus aledaños en un polvorínque ciertos errores o individuos interesadospueden hacer saltar en cualquier momento,las agresiones físicas directas, con heridos eincluso muertos, se producen ya fuera de loscampos (salvo el lanzamiento de pequeñosobjetos contra los jugadores) y no las provocanespectadores apasionados por el desarrollo delpartido. Casi siempre hay otro elemento añadidoque permite explicarlas. Sin duda el fútbol yla presencia de grupos organizados dentro de élatrae a personalidades psicopáticas y a sujetosimbuidos de ideología nazi y racista, cuyasagresiones y violencia callejera se revisten aveces con colores futbolísticos, sin minusvalorarla apropiación, e incluso en alguno casos la dirección, de estos grupos por movimientospolíticos violentos, como hemos visto más arriba.También el alcohol desinhibe y facilita saltarselas reglas de actuación colectiva, inclusolas propias del grupo, desencadenando los incidentesy desórdenes públicos más graves.No es fácil establecer la frontera donde terminala provocación ritual y empieza la violenciafísica. Entre los esquemas de la violenciaexpresada simbólicamente y las agresiones físicashay una franja estrecha y fluctuante. Delmismo modo que en las batallas reales hay aveces muchos componentes rituales, las batallasfingidas pueden contener elementos de violenciano ritual o transformarse en violencia real.El juego implica siempre llegar hasta el límite.Saber quedarse en él o traspasarlo depende deotros factores: del contexto, de los malentendidosde interpretación, de las interferencias deterceros (la policía, por ejemplo), de la manipulaciónpor otros intereses (ideológicos o políticos).El aggro, la actuación dramática de losultras, la ejecución de la amenaza, genera unaescalada simbólica de violencia que se controlapor la lógica simétrica del ritual, que pretendevencer al rival y no matarlo pues si lo destruyese acaba el juego. Si alguien pierde el control dela representación y el personaje se ve desbordadocuando el dispositivo ritual está en marcha yya no tiene vuelta atrás, se puede transgredir elpropio ritual, desritualizarse el aggro y surgir laviolencia física. La tragedia de Heysel, ocurridaantes de comenzar el partido, fue consecuenciade la puesta en escena de las carreras e invasionesdel territorio contrario, típicas de la culturaritual de los hooligans, en un lugar fuera delcontexto inglés en el que no se comprendía.Aquella fatal agresión pertenecía de forma claraal continuum de acciones amenazantes que loshinchas británicos más radicales llevaban añosrealizando sin consecuencias. La cuestión no esdilucidar si la violencia ejercida por los ultrasconstituye una desviación o una continuaciónde sus rituales. Es a un tiempo desviación ycontinuación. No hay propiamente una disyuntiva,sino una conjunción.La representación de la guerra tiene másriesgos fuera del campo, no sólo porque laseparación física no está ya asegurada, sinoporque los espacios de escenificación delenfrentamiento se mezclan entonces con losespacios de la vida real que no participan en eljuego (otros ciudadanos, el tráfico, los comercios...).Ahora el territorio no pertenece propiamentea un grupo u otro de los carapintadas,sino a la sociedad en general, que no participaen la exhibición lúdica, que puede no entenderel carácter simbólico de la violencia y que haconfiado en las fuerzas de orden público laprotección del espacio común y serio. Entoncesla violencia puede perder sus connotacioneslúdico-rituales y desencadenar una violenciareal. Los ultras para demostrar su propiafuerza, para infundir temor en los rivales y enla sociedad, o para vengar un sentimiento dejusticia ofendida, pueden descargar su violenciacontra objetos neutros (autobuses, mamparasde paradas de autobús, papeleras públicas,vitrinas, farolas...), atacándolos en algunoscasos como substitutivos de las personas causantesde la ofensa o merecedoras del castigosegún ellos.Si se quieren prevenir los riesgos queentraña esta nueva violencia juvenil y evitarlos casos de violencia real y vandalismo, no sepuede ignorar el carácter pautado y simbólicodel comportamiento de estos grupos, que tienentodas las características generalmentereconocidas como propias de los rituales 43:formalidad, replicabilidad, intencionalidad(que implica organización secuencial) y eficaciasimbólica (expresividad y conectividad), yse debe prestar la debida atención a sus actuaciones,que tienen la virtud de investir (orevestir) a los individuos de una identidadsuperpuesta y de construir una realidad socialde normas y procesos de identificación.

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