lunes, 25 de noviembre de 2013

Sin ultras no se juega

En el calcio han disminuido en un 92% los incidentes entre grupos radicales y policías pero los violentos han trasladado su batalla fuera del campo donde siguen amenazando a entrenadores y jugadores y donde deciden cuándo y cómo se juega
“Esto no es fútbol, no es un mundo civil”, dijo la semana pasada Cesare Prandelli, el seleccionador italiano. Reflexionaba sobre los últimos incidentes provocados por los ultras que obligaron a suspender un partido de la Serie D (cuarta división) entre Salernitana y Nocerina. Como no podían acceder al estadio por cuestiones de seguridad –desde que se introdujo la tessera del tifoso [el carné del hincha] los que quieren seguir al equipo fuera de casa tienen que registrarse y cumplir una serie de requisitos- decidieron que ese partido no había que jugarse.
Se plantaron en el hotel de concentración del equipo y amenazaron de muerte a los futbolistas del Nocerina. El gobernador provincial decidió que el partido tenía que jugarse. Pero la farsa duró menos de 21 minutos. Lo que tardó el técnico visitante en hacer los tres cambios permitidos (50 segundos) y lo que tardaron otros seis jugadores en lesionarse y abandonar el césped.
El árbitro suspendió el encuentro al no haber un número suficientes de jugadores. Los ultras, sin siquiera entrar al estadio, habían ganado. Desde fuera. Y esa misma tarde lo celebraron por todo lo alto. “Todos a la calle a festejar. Ha ganado el pueblo nocerino”, fue el lema de la convocatoria que colgaron en Facebook. Es sólo uno de los últimos episodios de violencia en el calcio.
“¿Hemos avanzado en la lucha contra la violencia? ¡No! No hemos tocado las teclas correctas. O despertamos o vamos a caer aún más bajo. Nos ilusionamos con esto de que somos los mejores en todo, pero no, ya no lo somos. Nuestro fútbol ya no es exportable”, reflexionaba Prandelli durante el parón de las selecciones. Reflexionaron en el Parlamento, en el Gobierno, en la Lega Calcio. Hubo declaración de intenciones.
Otra vez las mismas frases de que hay que conseguir que el calcio vuelva a ser un espectáculo, de que hay que llenar los campos de familias con niños. La realidad, en cambio, habla de 45.100 ultras en Italia (según los datos del libro C’era una volta l’ultrá) que representan a 412 clubes. Hay 52 grupos de extrema derecha, 17 de extrema izquierda y ocho de ambas facciones.
La realidad también habla del poder que han ido acumulando, de la facilidad con la que siguen teniendo en jaque a los clubes. Los ultras amenazan a jugadores y entrenadores, echan a los ayudantes de estos (como ocurrió con Fabio Gallo, del Brescia) si consideran que no puede trabajar en el club del que ellos son aficionados.
“La policía considera a los grupos violentos el menor de los males. Mientras no la líen en el estadio, todo en orden. A veces es la misma DIGOS (la policía encargada de las operaciones especiales) la que obliga a jugadores y dirigentes a reunirse con los violentos. Celebran por todo lo alto que con la tessera del tifoso se han reducido del 92% los incidentes con las fuerzas del orden pero no se dan cuenta de que la violencia ahora ha salido de los campos de fútbol. Está fuera”, dice Gianni Mura histórico periodista de La Repubblica.
“No es suficiente lo que se está haciendo. El de las presiones de los aficionados es un asunto muy difícil de controlar porque en el calcio nos hemos acostumbrado a una forma de ser hincha. En Italia nos parece normal que si un equipo va mal tenga que dar explicaciones a los grupos más radicales”, explica Damiano Tommasi (ahora presidente de la Asociación de Futbolistas Italianos) que el día del Salernitana-Nocerina volvió a vivir lo que vivió una noche de marzo de 2004 en el Olímpico de Roma.
Él estaba en el banquillo giallorosso cuando, poco antes de que empezara la segunda parte, un grupo de ultras bajó al césped a hablar con Francesco Totti. “Un coche de la policía ha matado a un niño aquí fuera. Este partido no se puede seguir jugando. Tienes que decirle a tus compañeros que hay que suspender el derby”. El derby se suspendió. La imagen dio la vuelta al mundo. Pero no había fallecido ningún niño fuera del estadio.
Ganaron los ultras. Como el día del Salernitana-Nocerina, como el día del Genoa-Siena en Marassi en abril de 2012. Los locales perdieron 4-1 y los ultras exigieron a sus jugadores que se quitaran las camisetas y se las entregaran. No se la merecían, según ellos. Las imágenes se vieron en directo en todo el mundo.
Tampoco se merecía Fabio Gallo ser el segundo entrenador del Brescia. Los ultras no iban a consentir que un tipo con un pasado de jugador en el Atalanta –el acérrimo enemigo- se sentara en el banquillo. “Aquí no vas a trabajar”, le dijeron en una reunión organizada a petición de la DIGOS, la policía especial. Y Gallo abandonó el banquillo antes de empezar la temporada. No quería crear problemas a su superior.
Marco Giampaolo, el primer entrenador, decidió seguir en el cargo. Pero en una entrevista concedida hace un par de semanas en la Repubblica reconoció haberse equivocado. Que debió dar una señal y dimitir también. Lo hizo hace poco después de que la DIGOS, de nuevo, le pidiera reunirse con los ultras después de una derrota del Brescia.
“Por motivos de orden público es mejor que charles con ellos, me dijeron la policía y los jefes de prensa del Brescia. Había ocho-diez radicales, reconocí a uno de ellos, el día de mi presentación me puso una bufanda del Brescia y me dijo que mi segundo no podía trabajar aquí. Me miraron mal, me pidieron explicaciones sobre el esquema de juego y les dije que si tenían alguna queja que lo hablaran con el presidente. No hubo amenazas pero yo lo viví como una humillación absurda. Y dije basta. Lo dejé en ese momento. Fue la gota que colmó el vaso”, contó Giampaolo en una entrevista.
“Para los que viven en el extranjero todo esto es una locura, pero en Italia se considera normal que los ultras se planten en un vestuario o en el campo de entrenamiento a pedir explicaciones a técnicos y jugadores. Como si el futbolista o el entrenador fuera su empleado y no un empleado del club”, lamenta Tommasi. “Los ultras ahora controlan el fútbol desde fuera porque desde dentro de los estadios ya no pueden por aquello de que no pueden viajar a los partidos de fuera”, añade.
Eso se estipuló con la tessera del tifoso, el carné del hincha que se hizo obligatorio en el calcio en 2010 después de la muerte de Filippo Raciti, un inspector de policía que murió en 2007 en un Catania-Palermo. Le golpearon con una piedra en el estomago.
“Lo que antes era una cuestión de fuerza, ahora se ha convertido en una cuestión de poder”, resume Gianfranco Teotino director de comunicación de la Fiorentina hasta el pasado verano. Ahora es uno de los diez sabios que ha elegido el Gobierno para formar un grupo de trabajo llamado “Destinazione Sport” y fortalecer las relaciones entre el deporte, la salud, la educación, la cultura y el desarrollo social y que, entre otros temas, abarcará también el de la violencia y el racismo.
Teotino, en su época de director de comunicación, también fue obligado por la DIGOS a aceptar y promover reuniones del cuerpo técnico y jugadores con los ultras. “Me pasó tres veces en mi primer año en la Fiorentina (2011) cuando las cosas no iban bien. Era difícil resistir a las presiones de la policía. No te daba alternativas, había que acceder a hablar con los violentos. ‘Si la lían gorda, seréis los responsables’ nos decían”, recuerda ahora.
“Es el mismo pulso de siempre. Lo viví en 2004 y lo vuelvo a vivir ahora. Es una prueba de fuerza para demostrar que los ultras son los que deciden cuándo y cómo se juega”, dice Tommasi. El sábado, en San Siro, unos 300 radicales bloquearon las salidas del estadio por protesta. No se marcharon antes de tener una charla con Kaká y Abbiati. Querían pedir explicaciones.
“Convertiremos los estadios en lugares seguros y haremos que vuelvan las familias con los niños”, dijo el Gobierno en 2007 después de la muerte de Filippo Raciti. Las familias no tienen más remedio que quedarse en casa. Los estadios siguen perdiendo espectadores (23.000 es la media en Italia frente a los 36 mil de la Premier y los 44 mil de la Bundesliga). Las batallas ya se juegan fuera. Así lo han decidido los ultras.

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